Última semana en mi ciudad natal. Mudarme ha sido siempre el sueño de mi vida, desde chica me acuerdo que anhelaba tener un espacio físico donde nadie pudiera acceder a menos que yo lo permitiese. Poder cantar libremente, leer en voz alta, equivocarme, pasear en ropa interior, salir y entrar sin avisar, etcétera, etcétera.
Sin embargo, ahora no quiero. Una parte de mi dice que no debería salir del nido, tengo prácticamente toda mi vida acá. En otras palabras, tengo miedo. Miedo de no encontrar amigos, miedo de padecer extrañitis aguda, miedo de no escuchar a mi perro cuando duerme, de no poder acariciarlo, miedo de que mis amigos me olviden.
No es la primera vez me sucede esto. La mayor parte del tiempo, cuando estoy a metros de la línea de meta es como si el camino se convirtiera en arena movediza, no puedo avanzar, me cuesta mucho. ¿Este es el famoso síndrome del impostor? No lo sé.
El tiempo y yo hemos sido enemigos una gran parte de mi joven vida. Yo planeo pero él decide. Yo quiero volver, él no lo permite. O a veces al revés, yo quiero saber como repercutirá esto en el futuro y él decide mantenerme anclada a este momento. Incluso después de escribir en mi diario, tener un libro donde guardo tickets, etiquetas, servilletas y tener una caja de zapatos donde guardo recuerdos, sé que es imposible retenerlo. Es como querer atrapar el agua de un río con las manos.
Para traer un poco de luz a la situación, amo poder pasar las yemas de mis dedos por las páginas de mi autodenominado libro de recortes, y sentir no solo las diferentes texturas, sino también el recuerdo mismo que el objeto encarna. Es como esa escena de Ratatouille, cuando el crítico prueba el plato de Remy.
También, para darle un punto a favor a mi enemigo imaginario, el Señor Tiempo, debo decir que agradezco no recordar todo. No podría vivir si estuviera aturdida por los recuerdos de todo lo que hice “bien” o “mal” en mi vida, o todas las palabras o acciones que me han atacado y dolido.
En el fondo de mi alma, sé que no es así (y juro que estoy trabajando en ello) pero muchas veces me considero prescindible. No creo que sea inolvidable para las personas. Y me duele. Hay días, que son la mayoría, donde no me siento así para nada pero hay otros como hoy, donde no puedo creer que mis amigas me elijan, donde no puedo creer que alguien me considere válida, donde ni siquiera puedo creer que mi propio perro decida quedarse conmigo. Tengo miedo de que mis amigas, después de que no estemos en la misma provincia, decidan que en realidad hay mejores mejores amigas que yo y me reemplacen.
No hay conclusión en esto más que seguir adelante porque aunque ese sentimiento de no querer partir me susurre en el hombro, hay otra parte, más racional, super convencida de que es la decisión correcta. De qué es lo que siempre soñé y por fin se me está dando. Al final del día, me permito estar nostálgica y triste, pero no por ello no voy a actuar.
RECOMENDACIONES
Las recomendaciones de hoy son tanto para ustedes como para mi.
Tomar un baño/ducha caliente a la noche antes de irse a dormir.
Conversar con sus amigas/os (aunque no sea de este tema).
Leer un libro.
Irse a dormir temprano.
Lo de arriba, lo escribió Caro del miércoles. Qué poco tiempo pasó y qué mucho que cambié mi perspectiva.
Primero debo decirles qué cumplí mi palabra y seguí los consejos que escribí, me ayudaron un montón. Sentí que aunque estuviera triste, estuve ahí para mi, como una especie de mejor amiga.
Ahora sí, sigamos.
Ayer (jueves), me junté con mis amigos. Se sintió revitalizador y me di cuenta de que nada, pero nada, de lo que había maquinado en mi cabeza era la realidad. Es increíble cómo pensar en los what-ifs (qué-pasaría-si…) nos carcome y nubla de la verdad.
Cabe destacar que hace unos días terminé el libro Los Cuatro Acuerdos y cada vez me resuena más. En este caso sobre todo el acuerdo Tres, que dice que no debemos hacer suposiciones (si te suena es porque hablé de él en el artículo anterior: leelo acá).
Resumidamente dice que el cerebro está constantemente buscando respuestas y cuando no las encuentra, hila hechos que parecen desembocar en una respuesta que tomaremos como verdad. En otras palabras el famoso overthinking, o sobrepensar.
Para mi lo peor del overthink es que en el fondo sé que no sé la respuesta verdadera. ¿Y por qué no la sé? Porque no tengo la valentía de afrontar la situación, porque no puedo volver el tiempo atrás o porque tiene que ver conmigo misma.
Sin embargo, ayer cuando me invitaron a que nos juntemos decidí buscar indicios de que ellos no me van a extrañar, de que no soy importante para ellos etcétera etcétera. No encontré ninguno.
Si bien considero que ellos no me tienen que demostrar nada, sino que es una falta mía, fue lindo equivocarme. Y otra vez más me repito a mi misma, NO HAGAS SUPOSICIONES.
¡Nos vemos el próximo sábado!
RECOMENDACIONES:
Más que nada quiero dejarles esta frase para que reflexionen y las animo a leer el libro Los Cuatro Acuerdos.
“La manera de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate de que las cosas te queden claras. Si no comprendes alguna, ten el valor de preguntar hasta clarificarlo todo lo posible, e incluso entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa situación en particular. Una vez escuches la respuesta, no tendrás que hacer suposiciones porque sabrás la verdad.”